Lluvia. {Libre}

por **November Hurter** Mar Mayo 11, 2010 4:51 pm

Forks, un pueblo con menos de 4.000 habitantes, un pueblo donde conviven toda clase de seres. Un pueblo donde nadie sabe que es así. Mi vida allí no era tan mala después de todas las críticas que tenían las amigas de mi madre -que vivían en lugares como Manhattan o Phoenix-, sobre mi pequeño, lúgubre y húmedo pueblo.
Yo nací en Forks, y no tenía nada contra el lugar. Es más, prefería mil veces vivir ahí que en cualquier otro sitio. El lugar estaba bien, y mi casa no estaba muy lejos del instituto y las tiendas del pueblo. Con tiendas me refiero a la tienda de deportes y a la cafetería, pues para más glamour, debías viajar hasta Port Ángeles.

Aquella mañana de primavera, llovía. Y cómo no iba a llover, estando donde estabamos. En la península de Olympic llovía 360 días de los 365 días del año. Pero no por ello iba a dejar de gustarme, al contrario: La lluvia conseguía que toda la infantilería que llevaba encima se fuera como con un soplo de viento. Mamá solía decirme que era muy dócil bajo la lluvia, vulnerable. Prefiero pensar que soy una chica simplemente inocente.
Debía llevar a Simona al colegio, pues ella también asistía al único instituto del pueblo -el más cercano era el de La Push, pero no querían que fuésemos tan lejos-, el Spartans Forks High School. Era más bien pequeño, pero a mí me valía para estudiar historia y literatura, lo que me gustaba más.

Cuando dejé a Mona en el colegio, me dirigí al instituto, donde ése día, Viernes, llovía muchísimo. Tardé lo mío en entrar, sin paraguas algúno, entrando empapada al vestíbulo. Simplemente escurrí un poco mi cabello y sacudí mis ropas. Abrí el abrigo azul claro que llevaba puesto, sacando de ahí la mochila que había escondido. Sonreí en silencio, colgándome la mochila al hombro, entrando seca, pero con el cabello mojado.
Me ocupé de convencer a los profesores que para mí no era un problema el estar algo mojada, que iba a atender lo mismo. Me conformé con sentarme en mi sitio, en la última fila, y dibujar algúnos garabatos en la libreta, pues ése tema de literatura ya me lo sabía de memoria.

Me levanté en cuanto el timbre sonó, y creo que todos se dieron cuenta, pues mi silla tronó contra el suelo al rayarlo. Mi estómago sonaba, y necesitaba algo llamado Cafetería. Al llegar, una de las primeras, cogí mi bandeja y la llené: Una manzana, ensalada de verduras y una gelatina de fresa. Me encantaba el color que adquiría mi lengua tras comer una de ésas, era divertid mirarme al espejo y reír. Me senté en la primera mesa que vi libre, pues no veía a nadie con quien sentarme. Suspiré, con una sonrisa leve, y cogí la manzana, dándole un bocado que crujió en mis tímpanos y me hizo relamerme. No podía ser un mal día.